martes, 27 de enero de 2009

"YO SEGUN TU"


Este es el camino que conduce a la pequeña
habitación desde la que reina tu fortaleza de azabache.
Nacho Toribio


Soy un castillo.
Una robusta fortaleza de azabache
en medio de una selva que acaricio
(resignado y contento)
y a la que todos temen más yo amo.
Nadie se adentra ante tanta “maleza”
pero este bosque oscuro bien cuida mis paredes.
Maleza que es belleza.
Belleza que alimenta…
Una capa de hiedra que me sirve de abrigo
se abriga de la noche que me camuflagea
para no crear confusión a los paseantes
que se recrean ante mi, embobados,
a la vez que mi selva
reblandece esta armadura que tengo como casa
y me sirve de abrigo.
Crece la enredadera.
Exteriormente
un fornido ladrillo recubriendo mis muros.
Robustos y seguros mis dulces aposentos.
Marcos color caoba,
ventanas siempre abiertas,
miles de pájaros con humanas miradas
que bailan en el aire todo su nerviosismo
curioseando en mi viento…
Y algunos que se rinden y palpan mi fachada.
Belleza arquitectónica
es esta piel cansada que parece perfecta.
Esos pocos se rinden
olvidándose ciegos del frío del cemento,
de mi bajo puntal que va apuntando alto,
del calorcito rico que corre en mis pasillos
y que se va, como la vida, debajo de la puerta.
Corre mi vida con todos mis secretos
guardados bajo llave,
que luego al descubrirlos
vienen acompañados de muchos sortilegios.
Ladrillos de azabache que se decoran mi risa,
sintiéndose observados
ante la atenta mirada de exploradoras aves
que han intentado boicotear mis esquinas
con un sinfín de tópicos vestidos de lamentos
sin atreverse al menos a entrar a mi jardín,
a mi recibidor,
el cuarto de mis verbos...
Solo unos pocos,
en medio de la hiedra,
embrujados por el embrujo de mi embrujo,
han encontrado la puerta ya casi imperceptible
que conlleva a mis versos,
que llega directamente hacia mi yo interior,
hacia mi blando corazón de piedra,
a unas diminutas habitaciones bastante perfumadas
donde me refugio
cuando nadie me encuentra,
cuando una líquida mirada de fierecilla asustada
humedece mis sábanas.
Huracán de mis ojos cuando afuera hay sequía.
¿Cuándo acaba el invierno?
Cuando nadie me encuentra,
ni encuentra mis pasillos,
sin opciones,
todos mis muros (de músculos y cal) se rebañan en fuerza
solo con la intención de gozar de esta selva,
que esta selva me goce, y gocen mis paredes
del roce de la hiedra sin arrancar mi hierba…
El fuego de la noche
y la sombra que siempre me acompaña
seguida por mi olor,
hacen muy calurosas estas estancias
que he acolchado con dolor y pasión
y más de cinco estrellas.
Confortable castillo de azabache
donde nunca ha prohibido la entrada a los curiosos
a pesar de que muchos huyen sin decir hola,
llegan sin un adiós,
quieren estar presentes sin tocar a mi puerta.
Y yo me quedo,
dentro de mi mismo
esperando a que alguien venga a rescatarme
de este naufragio de hormigón
que me hace una fortaleza en medio de la selva,
que he construido con lágrima y cemento
un negro fortín manchado de experiencias,
que esta lleno de versos, versos imperceptibles,
que escondo y los vigilo dentro de mi alacena.

(Y ahora que has encontrado sin prisas mi camino;
ya que hasta aquí has llegado
parándote en mis comas,
lamiéndome las frases,
susurrando mis verbos,
no me dan miedo
los metros cuadrados de soledad
que he tatuado en mi cuerpo.
Se que vendrás muy pronto a tocarme la puerta,
pasando de la hiedra,
apartando los pájaros que me nublan el aire,
que no dejan que el sol bese mis aposentos.
Vendrás para quedarte.
Tengo un juego de llaves esperando
y un corazón danzarín que quiere estar abierto
muy de par en par, y a la par que mi puerta)

Soy un castillo.
Un pequeño cuerpecillo con forma de paisaje,
pintado de ladrillo,
y muy de vez en cuando, castillito de arena.

JAVIER BRAVO
Barcelona, 26 de diciembre de 2007

No hay comentarios: