viernes, 25 de diciembre de 2009

"LEYENDA DEL LAGO DE LOS CISNES"


“Serás como una luz que alumbra mi camino.
Me voy pero te juro que mañana volveré.”
Nino Bravo.



Ella nunca dejó de perseguirle.
Desde pequeña sentía cierta atracción hacia Él. Fijación que la llevaba a espiar cada movimiento y enamorarse de cada aleteo que el viento regalaba a las alas del semejante espécimen. Él ya podía alzar el vuelo y volar alto, a diferencia de Ella que apenas era una cría y muchas veces se tenía que quedar en la otra esquina viendo como su platónico amor se iba cabalgando y desnudando el viento. Aventurero. Sana envidia. Eran momentos tristes en que bajando su cabeza descubría que el lago donde chapoteaba no era más que lágrimas, vertidas por Ella pensándolo a Él. Pasión no correspondida que le ataba a su costa sin poder seguirle, sin poder abrazarle y gritarle, en forma de cascada, que desde que había salido del cascarón no hacía otra cosa que nadar detrás suyo. Toda su vida giraba en torno a Él sin que éste lo supiera. Alguna vez le cazó una mariposa como símbolo de su unidireccional lealtad, pero nunca se la dio. A hurtadillas se había enamorado, y fue el miedo al rechazo quién nunca le dejó navegar en la dirección certera. Nadaba en círculos..
Un día Ella, llena de valor, decidió cansarse de ser invisible. Y a diferencia de lo que haría un ser humano, no fue a pedirle un “hola”. Prefería con un “mutis por el foro” exiliarse en otro charco antes de seguir conviviendo juntos. Él nunca la encontraba, la veía transparente por más que Ella intentara hacerse visible con nuevos bailes, cascadas de agua incluida e inmersiones sorpresas. No la veía. Había decidido desaparecer y quitarse así la agonía de un día tras otro con el amor delante de sus ojos y ante sus ojos viviendo un desamor.
Renunciaba así a su fantasía.
Quería invernar y vivir así su propia realidad.
Y el tiempo se coló entre manglares y tormentas, y en la misma masa de agua dulce donde empezó su amor (que ya no era la misma) apareció Ella convertida en un bello y estilizado cisne, alegre y segura, nadando en libertad. Conservaba aquella tristeza en la mirada. Ella tampoco era la misma, por eso nadie le reconoció y, aprovechándose de eso nadó a sus anchas, recordando en un sonriente silencio el amor del pasado que en la costa danzaba cuando sus alas no eran aun fuertes y doradas. En el fondo deseaba zambullirse, hacerse invisible. y en un momento, al salir del lago encontrarse, juguetón, con el pico de él.
Desde sus primeros pasos de ave le habían inculcado el creer en sus sueños, y una vez más creyó.
A su lado, otro cisne, varón, de plumaje maduro y cobrizo hizo su entrada por un lateral con un espectacular “chassé”. La invitó a a danzar a lo que Ella accedió. La curva de sus cuellos no era normal. Magistral técnica. Y en el lago su danza se convirtió en ola y surfearon en un duelo lleno de tensión a la par que bello, flexible, coordinado. Era un baile magnífico, lleno de mundos interiores que se buscaban sin perderse de vista. Fue tras un “pax de deux” que Ella le descubrió a Él. Al acercarse a su larguirucho y sudado pescuezo reconoció el olor de aquellas mañanas en que lo veía partir detrás de unas espigas, espigada.
Bailaron hasta el amanecer, en puntas, entregados, saldando así una deuda de tantos años. Confabulados.
Cuando el sol se preparaba para avivar el día, Ella, decidida y enajenada, con un plumaje coloreado por los primeros colores de la mañana y salpicado con gotas de rocío, pegó su pico al de Él y así estuvieron varios minutos. Era un beso mojado por otra de sus lágrimas que se asomaban a su cara para decirle hasta luego a lo que más amaba.
Un chillido doloroso se apoderó de Él, y puede que de Ella también, aunque en silencio.
Debía partir a conocer el mundo, que le esperaba, esos grandes bloques de cemento que se veían a lo lejos, ese olor a polución, quiénes eran esas personitas que venían cada tarde a tirarle monedas y trozos de pan. Con los años la curiosidad había vencido el amor, y éste era su momento para alzar el vuelo y mostrarle al viento sus nuevas alas fornidas, y doradas.
Él prometió esperarla pero Ella no lo oyó. Alzaba el vuelo.
Quiso ir detrás suya. Ella no le dejó.
Y se quedó en su lago bailándole el agua, queriendo olvidarla y ahogado en un vals.





Moraleja: Y si miras abajo puede que haya un lago
mas si miras al cielo puede que halles un mar.


Se recomienda releer este relato acompañado por alguna melodía de Tchaikovsky.







JAVIER BRAVO
Barcelona, 15 de diciembre de 2009

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