jueves, 1 de octubre de 2009

"DÉJÀ VU"



para Vicente, onírica realidad.



A la vida, la mueve la vida. Nada más.
Rafael Pérez Mateo.



Habían pasado muchos años. Juntos.
Aniversarios jugosos y aun se amaban como el primer segundo, esa tarde en que el Café Zurich se convirtió en el kilómetro cero de su pasión. A pesar del tiempo transcurrido y los caminos de espinas por los que batallaron no decaía la manera sensual de mirarse a los ojos, su complicidad ante cualquier cosa, las ganas locas de compartir cada amanecer cogidos de la mano, caminando lentamente codo con codo, labio con labio.
Su pasión seguía en alza. Andadura singular con algunas carcajadas y carencias. Se enamoraban cada vez que se inventaban un proyecto para compartir, desde un paseo deshojando una tarde hasta una lectura de poemas en privado, protagonizar una película porno, la platea de un teatro, una canción. Eran ya casi la misma persona. Y salvo por su diferencia de color, podía atreverme a decir que comenzaban a parecerse físicamente. Eran la pareja perfecta. Envidiaban su empatía allá donde fueran, aquella química que como un aura siempre les acompañaba. Se daban mucho apoyo. Y esta era la razón, vital, por la que este amor no moría en los tiempos que corrían.
El Uno había superado antiguos traumas, y apartándose de toda vida fácil que le rodeaba había dedicado sus tres últimos años a escribir: su gran pasión. Gracias a ello había ganado numerosos premios entre los que estaba el Premio Odisea. Disfrutaba de los días acordándose de lo duro que se le hizo llegar hasta el sol de hoy. Y desde ese mismo astro contemplaba el mundo que habitaba, agradecido, para luego llegar a su rincón (orgía de musas) para escribir, jugar con palabras, y descubrir, entregado, la fuerza de las minúsculas cuando se trazan con afecto, cordialidad y confianza. Sin defraudar. Sentarse frente el ordenador a inventarse frases era un orgasmo para él, además de su trabajo. Gozaba doblemente. Aquel millón de desidias que llevaba en su mochila por muchos años había desaparecido con el tiempo. Había saldado deudas y rodaba liviano, sereno, por la vida soñada que se inventó cada noche de su noctámbulo pasado. Ahora soñaba despierto al lado de su mejor meta hecha realidad y hecha persona. Se había “metamorfoseado”.
El Otro, guiado por sus aspiraciones continuaba una imparable labor de guía turístico por la que ya había recorrido medio mundo. Unas veces sólo. Otras veces el Uno lo acompañaba, y su jornada laboral se convertía en diversión y ocio. Atesoraban recuerdos de noches en Egipto, de la romántica París, de la insaciable Cuba. Compañeros de viajes infatigables e infatigados. Disfrutaban del tiempo libre, libre para ocuparlo con el otro respetando el espacio vital para echarse de menos, para evolucionar. Las tardes ociosas en su guarida se llenaban con alargadas partidas de ajedrez, improvisadas sesiones de fotos, maratones de series favoritas donde los dos lloraban a gusto, abrazados, húmedos. Dos melancólicos empedernidos, maltratados por la vida, enamorados a rabiar. Tan idénticos que el Otro llegó a tatuarse la palabra “química” en el antebrazo como señal de su procesión por el Uno, y demás locuras de amor.
Se habían casado hace un año. Su refugio: escueto, silencioso, armonioso lo habían llenado con Paco y María, sus bulldogs franceses, hijos adoptivos, testigos del enlace, niñas de sus ojos, libro de familia. Fue una boda sencilla a la par que profunda. Pura poesía. Pura Vida. Fue el día del enlace cuando estrenaron el hogar de matrimonio en una ciudad que ahora no recuerdo. Podría ser Madrid, Barcelona, Londres o Berlín. Eso sí, su palacio magistralmente decorado por sus mejores amigos, estaba repleto de cuadros de sus viajes, retratos con los suyos, y lo presidía una deliciosa biblioteca donde retozabar en la sabiduría de un libro y la sabiduría de vivir. Libros leídos y ojeados por ambos, traídos de muy cerca y de muy lejos. En cierta manera podían relatar su historia enumerándolos. Era una relación sabia, y eruditos ellos al querer conservar tamaña aventura. Aquel día, después del “Si, quiero” mutuo sonó “Killing me softly” versionada por Omara Portuondo. Fue en ese momento en que el Uno, de blanco marfil, decidió que quería morir en los labios del Otro, de rojo pasión, lentamente. Y colocó este tema en en Top Ten de la banda sonora de sus días.






Hoy me he despertado turbado, con los párpados pegados y muchísima sed.
Me cuesta aceptar la realidad.
El día amenaza, nublado.
Sé que cuando abra los ojos estaré triste, porque los días oscuros afectan mi ánimo, porque es duro dormir sólo cuando le tengo a él, porque no tengo biblioteca en mis paredes ni mascota que me ronde la mañana . Ha sido un azucarado sueño aunque me ha levantado de la cama agitado, roto, receloso, rabioso, lloroso. Pero esta mañana ya no se parece a mis mañanas. Las lágrimas que me quedan son sólo para él, para llorar de risa. Hoy es diferente. Me descubriré optimista, me vestiré con mis mejores galas, perfume en los omóplatos, e iré al encuentro de ese sueño, con todo mi futuro por delante, de frente, de seguro.
Cuando llegue a mi sueño, ya de día, despierto y con la cara lavada, cerraré los ojos, Él estará a mi lado y ya no tendré sed.
-“Esto ya lo he soñado”, me cantaré bajito.
Y sin decirle nada me beneficiaré.


JAVIER BRAVO
Barcelona, 28 de septiembre de 2009

No hay comentarios: