sábado, 10 de julio de 2010

"CALIGRAFÍA"




para Antonio Lomo.



Un día la suerte tocó a mi puerta.
Fue mi primer amor y mi primer tatoo Quizás por eso aun está grabado además de en mi piel, en un rinconcito de esta mente perversa que en las noches le busca, y siempre le encuentra aunque sólo sea en el recuerdo.
Desde un principio supe de su juego a tres. Además de tenerme como fiel amante, compartía las horas que yo le dejaba (que ya eran muchas) con su novia, de la que le ataban unos férreos planes de boda. Asumí la situación porque me gustaba su trazo, pero a veces las líneas se hacían gordas y no podía distinguir la diferencia entre calcar y hacer un borrón. Era muy difícil atar los celos aunque absurdo ya que la infidelidad fue una línea discontinua desde el primer momento. Sólo por eso nuestros encuentros se limitaron a fumar petas, reírnos del absurdo, descubrirnos mutuamente como iba poblándose de bozo el bigote y explorarnos de la mejor manera existente para dos niñatos que abandonaban la caligrafía infantil y se adentran en las luces de neón y el sexo.
Recuerdo que al corrernos siempre la escena se manchaba de tristeza. Y la tinta de esta historia también se derramaba ya que él partía donde “su parienta” a recibir los mismos mimos que yo me había estudiado frente al espejo tarde tras tarde, mimos elegidos para él, inspirados por él. Era muy sádico pensar en las despedidas... por eso me limité a no pensar. Sabía que él volvería. Pero la avaricia y el querer encarcelarle siempre rompía el saco. Me despedía mirándole a la cara y, oculto, me rompía... Lo único que me consolaba era pensar que yo le daba algo que ella no podría, y a él le volvía loco: polla.
Escribí alguna carta (con bellos signos y caligrafía muy cuidada) para algún día dársela, pero siguen en la caja azul de encima del armario. Aborté un mar de lágrimas que nunca le enseñé porque su tinta siempre estaba húmeda. No quería dañarle sus caracteres y me podía el orgullo, no debía importunar su vida, y en mis lágrimas me ahogué.
Así comencé a enamorarme de aquel amigo garrulo con piernas y culo de futbolista que me enseñó a desatar la libertad sólo con una cerveza en la mano y tres caladas de un porro. Entendí la diferencia entre una carcomanía y una escarificación. El ya estaba raspado en mi dermis. Pero tuve que callarlo: su familia le habían inculcado la idea de casarse y tener hijos, sin dar más opciones a las opciones que la vida te da y se lo habían grabado tan fuertemente que, llegados a este “crítico” punto, era poco difícil ocultar tanto arabesco. El no estaría de acuerdo con mi ensoñamiento y como todo amor impotente se hizo impotente nuestro amor...
Aun así buenos restregones nos pillamos.
Un noche me dijo que quería hacerse un tatuaje. Y yo, dada mis buenas dotes con las artes plásticas le diseñé unos tribales (eran los 90) donde estaba perfectamente reflejada su historia, su familia, su trabajo que lo era todo para él, aunque fuera barriendo las mismas calles que le vieron crecer... Yo también me incluí en el dibujo (aunque él nunca lo supo).
Le encantó mi obra de arte y allí, en la tienda de tatuajes (no le acompañó su novia. Yo sí. Esta era una misión para machotes) debajo de la nuca, colocó mi Picasso hecho con trazos de amor camuflado: gordos y punzantes, dolor y satisfacción, superando y ocultando cosas, caligrafía legible y sólo apta para los dos buenos colegas que éramos... Caligrafía que disfrutábamos juntos hasta aquel día en que, como cuando se desaparece un lunar para siempre, me fui a vivir a Madrid y la suerte me abandonó trayendo consigo la más triste despedida almodovariana jamás contada.
No se si aun la tinta de su tatoo seguirá firme. Lo que si sé es que parece que se me grabó en mi memoria, porque aun hoy (él casado y con dos niñas) no puedo quitármelo de la cabeza, y menos a su tatoo... Aprendimos mucho. Sin él me sentía el alumno sin compañero donde apoyarse y aprender mejor...Desconozco si seguirá trabajando embelleciendo la ciudad (que siempre se volvía pulcra cuando aparecía), si aun las escoban se rinden a su danza... Cuánto añoro hoy que me barra mi ciudad, su rendición, una danza... No siempre conviertes a un niñato de barrio hétero en el mega pasivo más grande de la barriada. Y que fuera un secreto era un plus. Eso creo yo, e intuyo que él también... por la cuenta que le traía. Colegueo sin más.
Un día, huzmeando en la caja azul encontré el boceto que le regalé. Su famoso tatoo. Viéndolo comencé a echarle de menos, y volvieron las mismas lágrimas. Así que, con el afán de superar su partida, me fui a la misma tienda, no el mismo tatuador, sí la misma caligrafía y me lo estampé en mi piel sin pensármelo dos veces... Recé tres padres nuestros y, obnubilado pensando en el momento de encontrarlo y enseñárselo, el dolor se exfumó.
Hoy voy completamente tatuado aunque tengo el suyo debajo de mi nuca. Es una estrella que es él, su novia aparece como un astro fugaz, y pegado a una de sus puntas hay un asteroide pequeñito aunque muy brillante que soy yo (aun él no lo sabe). Le mentí diciéndole que era simplemente una meta a conseguir, llamáramos x, llamémosle yo. Y así se ha convertido en mi nueva meta.
Sueño con el día en que me lo encuentre, (sé que pasará) y al comparar nuestras caligrafías yo aprenda de una vez, con cerveza en mano, que el dolor de un tatoo siempre es superable, y cuando por otro estás marcado, por mucho que intentes regodearte en el pasado, cada trazo tiene su momento, y ningún momento nunca se trazará igual.

Con la mejor tipografía termino esta penúltima carta para ti, y espero que la encuentres algún día encima del armario, debajo de mis lágrimas, en la cajita azul.


Para toda la vida.
A. L.






JAVIER BRAVO.
Barcelona, 29 de junio de 2010.

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