jueves, 19 de julio de 2012

"DESDE LA DELGADEZ, FRIVOLITÉ"


     Desgraciadamente, en los últimos meses mi vida no ha sido más que una espiral de acontecimientos y hechos inesperados que van del gris al flúor. A pesar de la falta de color (parece que las desgracias nunca vienen solas), la positividad de la que siempre hice timón salía a flote y seguía viviendo con una sonrisa entre los labios.

    Aprendí a superar una pérdida. Aprendí que la vida son dos días y por consiguiente, a vivir el día de hoy como si el último fuese. Aprendía a quererme más. Hasta un viernes de mayo en que el dolor hizo su estelar aparición y contaminó mi cuerpo, dejándome postrado todo un fin de semana en el viejo sofá de mi rota habitación. El dolor no llegó sólo. Venía acompañado de unas fiebres sin nombre, de una incertidumbre sobre lo que me pasaba, de un sopor verdadero. Llegado el domingo el sofá estaba empapado, y en él, en forma de sudor, encharcados reinaban varios quilos de mi cuerpo.
   A partir de ese instante comencé a vivir (y sentir) desde la delgadez.
   La líbido no estaba invitada a la función, y con un portazo seco, nada húmedo, dio media vuelta y desapareció. Yo, orgulloso y confuso no tuve más remedio que aprender a vivir sin demasiado sexo. Pero aries al fin, cabra, miraba siempre al monte, y para allí tiraba. Entonces, el sexo, como alguien que entreabre muy poco una puerta para dejar entrar el mínimo rayo de luz, discretamente llegaba a mí dejándome ver, desde un bando completamente desconocido (el de la delgadez) los toros y su cortejo. Aprendí a mirar por dentro, desde lejos. De echo, y puede que fuera por mi transparencia, lo toros apenas me veían. Era como si en el mercado del ligoteo me hubiese vuelto invisible, me hubieran quitado el crédito. Algunas bestias conocidas me miraban, sonreían y venían hacia mí mugiendo las tres palabras mágicas que ya se habían convertido en mi sino: “¿qué delgado estás?”. Cuando las mencionaban mi sonrisa se tornaba anoréxica.
   Pero no me rendí.


   Empecé a buscar lo positivo de mi nueva complexión y vi que tenía una oportunidad de oro ubicándome en el terreno contrario al que siempre estuve (el de los cachas que -casi- todo lo pueden) y reflexionando acerca de la frivolité en la que nos movemos donde, desgraciadamente, unos buenos pectorales y unos alimentados bíceps hacen que suba tu caché, tu autoestima, tus posibilidades de éxito. Me dedique a observar y lo que vi no gustó. No era de “los elegidos”. Seguí viviendo.

    Luego, con el tiempo (mágico sanador) apareció un nuevo trabajo en forma de tabla de salvación y aun floto en la alegría que hoy me da. Es recíproco. Nos queremos. Las cosas malas han comenzado a desparecer y poco a poco va aterrizando en mi cuerpo la alegría.
    Un día os contaré otra historia. La mía en el lado contrario, donde siempre estuve, el de los chulos de buen cuerpo y al que me da angustia regresar. Pero para eso necesito volver al gimnasio. El próximo martes es el día. Reconozco que hay pereza, pero tengo que hacerlo. Me miento diciendo que es sólo por salud y me doy ánimos pensando en aquellos toros que no me han visto este tiempo teniéndome delante, y que querrán volver a tener su San Fermín cuando vuelva mi pecho a ser almohada y mis bíceps se luzcan como piedras. Y se que caeré en la tentación, que querré probar el burladero como el toro bravo que no entiende un no.
    Y perdonaré, con lección aprendida.
    Sin dudas somos bestias.
    Desgraciadamente Muuuuuu!!!!



JAVIER BRAVO.
Barcelona, 26 de agosto de 2011.


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